jueves, 22 de mayo de 2014

LA VELOCIDAD DE LA LUZ. Javier Cercas


Título: LA VELOCIDAD DE LA LUZ
Autor: Javier  Cercas   
Editorial: Tusquets
Colección: Andanzas; 568
Fecha: 2005
Páginas: 305
ISBN 84-8310-298-6
En La velocidad de la luz encontramos una historia de amistad entre dos personajes que se encuentran casualmente pero cuyas trayectorias pronto se entrelazan. Ambos personajes,  cada uno a su manera,  serán víctimas de experiencias cruciales que marcarán su visión de todo cuanto les rodea.
Por un lado está el joven aspirante a escritor que pronto padecerá los estragos del éxito y que es a la vez el narrador de la historia en primera persona. Aquí, Javier Cercas, parece jugar  intencionadamente  a mezclar la ficción de un personaje con su propia realidad de escritor. No es fortuito que dicho autor- narrador aparezca sin nombre.
Por otro lado conoceremos al enigmático Rodney Folk,  profesor de la Universidad de Urbana en EEUU y excombatiente en la guerra de Vietnam, que vive marcado para siempre con la huella de un pasado que no lo deja en paz. Rodney modificará el punto de vista del joven escritor y nos invita a todos a ver la realidad con una mirada más profunda y penetrante.
 Ambos personajes son el eje y el sostén fuerte y poderoso de la obra pues la trama no es más que la constatación de la influencia y paralelismo entre las trayectorias vitales de ambos personajes.
A pesar de que el tema de la guerra de Vietnam no es nada nuevo sino que por el contrario está ya muy trabajado, La velocidad de la luz logra transmitir una historia desgarradora que escarba en la profundidad del alma humana, en el dolor, el sufrimiento, la culpabilidad y de soledad absoluta.
Los temas que predominan en la novela son la amistad, la soledad, la culpa, el éxito y sus consecuencias y los estragos de la guerra, así como su inutilidad y sinsentido, entre otros.
Además en la obra aparecen continuas referencias literarias y reflexiones en torno a la creación artística, algo normal tratándose de la historia de un escritor, el de la novela que estamos leyendo. Destaca por ejemplo las constantes alusiones a Hemingway y concretamente a su cuento Un lugar limpio y bien iluminado por ser éste un espejo de la novela, donde también se palpa la dignidad y la soledad del que ha vivido experiencias terribles.
El ritmo de la obra es el adecuado y me ha parecido un acierto del escritor el halo de misterio con el que envuelve la trama, misterio apoyado por la técnica de ir dejando pistas e interrogantes bien estudiados con el fin de despertar la curiosidad en el lector, aunque he de decir que al final todo es más previsible de lo que se vislumbra en un principio.
Más que el contenido en sí, yo destacaría  la calidad narrativa de la novela, su riqueza léxica, el empleo de un lenguaje culto y a la vez transparente que confiere fluidez a la historia y que consigue llegar al lector.
La velocidad de la luz es una buena novela de un mejor escritor como ya demostró Javier Cercas en su exitosa Soldados de Salamina. Y es que La velocidad de la luz  no se libra de la comparación con su antecesora porque en ella se vislumbra y está muy presente la otra y porque seguramente La velocidad de la luz hubiera  pasado desapercibida si no es por la expectativa creada por el autor con Soldados de Salamina.
Algunas frases extraídas del libro:
. El éxito es letal, una desvergüenza, un desastre sin paliativos, una humillación para siempre.
. El pasado no es un lugar estable sino cambiante, permanentemente alterado por el futuro.
. Encontrar culpables es muy fácil; lo difícil es aceptar que no los hay.

martes, 20 de mayo de 2014

Un lugar limpio y bien iluminado. Ernest Hemingway

Este cuento de Hemingway está muy presente en La velocidad de la luz de Javier Cercas, libro cuya reseña estoy elaborando.

UN LUGAR LIMPIO Y BIEN ILUMINADO
Cuento de Hemingway

Era tarde y todos habían salido del café con excepción de un anciano que estaba sentado a la sombra que hacían las hojas del árbol, iluminado por la luz eléctrica. De día la calle estaba polvorienta, pero por la noche el rocío asentaba el polvo y al viejo le gustaba sentarse allí, tarde, porque aunque era sordo y por la noche reinaba la quietud, él notaba la diferencia. Los dos camareros del café notaban que el anciano estaba un poco ebrio; aunque era un buen cliente sabían que si tomaba demasiado se iría sin pagar, de modo que lo vigilaban.
-La semana pasada trató de suicidarse -dijo uno de ellos.
-¿Por qué?
-Estaba desesperado.
-¿Por qué?
-Por nada.
-¿Cómo sabes que era por nada?
-Porque tiene muchísimo dinero.
Estaban sentados uno al lado del otro en una mesa próxima a la pared, cerca de la puerta del café, y miraban hacia la terraza donde las mesas estaban vacías, excepto la del viejo sentado a la sombra de las hojas, que el viento movía ligeramente. Una muchacha y un soldado pasaron por la calle. La luz del farol brilló sobre el número de cobre que llevaba el hombre en el cuello de la chaqueta. La muchacha iba descubierta y caminaba apresuradamente a su lado.
-Los guardias civiles lo recogerán -dijo uno de los camareros.
-¿Y qué importa si consigue lo que busca?
-Sería mejor que se fuera ahora. Los guardias han pasado hace cinco minutos y volverán.
El viejo sentado a la sombra golpeó su platillo con el vaso. El camarero joven se le acercó.
-¿Qué desea?
El viejo lo miró.
-Otro coñac -dijo.
-Se emborrachará usted -dijo el camarero. El viejo lo miró. El camarero se fue.
-Se quedará toda la noche -dijo a su colega-. Tengo sueño y nunca puedo irme a la cama antes de las tres de la mañana. Debería haberse suicidado la semana pasada.
El camarero tomó la botella de coñac y otro platillo del mostrador que se hallaba en la parte interior del café y se encaminó a la mesa del viejo. Puso el platillo sobre la mesa y llenó la copa de coñac.
-Debía haberse suicidado usted la semana pasada -dijo al viejo sordo. El anciano hizo un movimiento con el dedo.
-Un poco más -murmuró.
El camarero terminó de llenar la copa hasta que el coñac desbordó y se deslizó por el pie de la copa hasta llegar al primer platillo.
-Gracias -dijo el viejo.
El camarero volvió con la botella al interior del café y se sentó nuevamente a la mesa con su colega.
-Ya está borracho -dijo.
-Se emborracha todas las noches.
-¿Por qué quería suicidarse?
-¿Cómo puedo saberlo?
-¿Cómo lo hizo?
-Se colgó de una cuerda.
-¿Quién lo bajó?
-Su sobrina.
-¿Por qué lo hizo?
-Por temor de que se condenara su alma.
-¿Cuánto dinero tiene?
-Muchísimo.
-Debe tener ochenta años.
-Sí, yo también diría que tiene ochenta.
-Me gustaría que se fuera a su casa. Nunca puedo acostarme antes de las tres. ¿Qué hora es esa para irse a la cama?
-Se queda porque le gusta.
-Él está solo. Yo no. Tengo una mujer que me espera en la cama.
-Él también tuvo una mujer.
-Ahora una mujer no le serviría de nada.
-No puedes asegurarlo. Podría estar mejor si tuviera una mujer.
-Su sobrina lo cuida.
-Lo sé. Dijiste que le había cortado la soga.
-No me gustaría ser tan viejo. Un viejo es una cosa asquerosa.
-No siempre. Este hombre es limpio. Bebe sin derramarse el líquido encima. Aun ahora que está borracho, míralo.
-No quiero mirarlo. Quisiera que se fuera a su casa. No tiene ninguna consideración con los que trabajan.
El viejo miró desde su copa hacia la calle y luego a los camareros.
-Otro coñac -dijo, señalando su copa. Se le acercó el camarero que tenía prisa por irse.
-¡Terminó! -dijo, hablando con esa omisión de la sintaxis que la gente estúpida emplea al hablar con los beodos o los extranjeros-. No más esta noche. Cerramos.
-Otro -dijo el viejo.
-¡No! ¡Terminó! -limpió el borde de la mesa con su servilleta y movió la cabeza de lado a lado.
El viejo se puso de pie, contó lentamente los platillos, sacó del bolsillo un monedero de cuero y pagó las bebidas, dejando media peseta de propina.
El camarero lo miraba mientras salía a la calle. El viejo caminaba un poco tambaleante, aunque con dignidad.
-¿Por qué no lo dejaste que se quedara a beber? -preguntó el camarero que no tenía prisa. Estaban bajando las puertas metálicas-. Todavía no son las dos y media.
-Quiero irme a casa.
-¿Qué significa una hora?
-Mucho más para mí que para él.
-Una hora no tiene importancia.
-Hablas como un viejo. Bien puede comprar una botella y bebérsela en su casa.
-No es lo mismo.
-No; no lo es -admitió el camarero que tenía esposa-. No quería ser injusto. Sólo tenía prisa.
-¿Y tú? ¿No tienes miedo de llegar a tu casa antes de la hora de costumbre?
-¿Estás tratando de insultarme?
-No, hombre, sólo quería hacerte una broma.
-No -el camarero que tenía prisa se irguió después de haber asegurado la puerta metálica-. Tengo confianza. Soy todo confianza.
-Tienes juventud, confianza y un trabajo -dijo el camarero de más edad-. Lo tienes todo.
-¿Y a ti, qué te falta?
-Todo; menos el trabajo.
-Tienes todo lo que tengo yo.
-No. Nunca he tenido confianza y ya no soy joven.
-Vamos. Deja de decir tonterías y cierra.
-Soy de aquellos a quienes les gusta quedarse hasta tarde en el café -dijo el camarero de más edad-, con todos aquellos que no desean irse a la cama; con todos los que necesitan luz por la noche.
-Yo quiero irme a casa y a la cama.
-Somos muy diferentes -dijo el camarero de más edad. Se estaba vistiendo para irse a su casa-. No es sólo una cuestión de juventud y confianza, aunque esas cosas son muy hermosas. Todas las noches me resisto a cerrar porque puede haber alguien que necesite el café.
Hombre! Hay bodegas abiertas toda la noche.
-No entiendes. Este es un café limpio y agradable. Está bien iluminado. La luz es muy buena y también, ahora, las hojas hacen sombra.
-Buenas noches -dijo el camarero más joven.
-Buenas noches -dijo el otro. Continuó la conversación consigo mismo mientras apagaba las luces. Es la luz, por supuesto, pero es necesario que el lugar esté limpio y sea agradable. No quieres música. Definitivamente no quieres música. Tampoco puedes estar frente a una barra con dignidad aunque eso sea todo lo que proveemos a estas horas. ¿Qué temía? No era temor, no era miedo. Era una nada que conocía demasiado bien. Era una completa nada y un hombre también era nada. Era sólo eso y todo lo que se necesitaba era luz y una cierta limpieza y orden. Algunos vivieron en eso y nunca lo sintieron pero él sabía que todo eso era nada y pues nada y nada y pues nada. Nada nuestra que estás en nada, nada sea tu nombre nada tu reino nada tu voluntad así en nada como en nada. Danos este nada nuestro pan de cada nada y nada nuestros nada como también nosotros nada a nuestros nada y no nos nada en la nada mas líbranos de nada; pues nada. Ave nada llena de nada, nada está contigo. Sonrió y estaba frente a una barra con una cafetera a presión brillante.-¿Qué le sirvo?- preguntó el cantinero.-Nada.-Otro loco más -dijo el cantinero y le dio la espalda.-Una copita -dijo el camarero.El cantinero se la sirvió.-La luz es bien brillante y agradable pero la barra está opaca -dijo el camarero.El cantinero lo miró fijamente pero no respondió. Era demasiado tarde para comenzar una conversación.-¿Quiere otra copita? -preguntó el cantinero.-No, gracias -dijo el camarero, y salió. Le disgustaban los bares y las bodegas. Un café limpio, bien iluminado, era algo muy distinto. Ahora, sin pensar más, volvería a su cuarto. Yacería en la cama y, finalmente, con la luz del día, se dormiría. Después de todo, se dijo, probablemente sólo sea insomnio. Muchos deben sufrir de lo mismo.
FIN
 
Nota: Las palabras en cursiva aparecen en español en el original.

viernes, 9 de mayo de 2014

PEDRO PÁRAMO. Juan Rulfo


Título: PEDRO PÁRAMO
Autor: Juan Rulfo (Jalisco, 1917 – México D.F., 1986)
Edición: José Carlos González Boixo; 13ª ed.
Editorial: Cátedra
Colección: Letras hispánicas; 189
Fecha: 1998
Páginas: 198
ISBN 84-376-0418-4

Pedro Páramo del escritor, guionista y fotógrafo mexicano Juan Rulfo, fue publicada por primera vez en 1955, dos años después de su otra conocida obra de relatos El llano en llamas.
La novela comienza con la llegada de Juan Preciado a Comala, por recomendación de su madre ya muerta, para conocer a su padre quien los abandonó a ambos. Se encuentra un pueblo desierto donde deambulan los espíritus de los que en un tiempo pasado fueron los habitantes de aquel fantasmagórico lugar. A través de ellos, los lectores de la mano de Juan, iremos descubriendo  la historia de la degradación paulatina del pueblo.
En la trama de la novela destacan dos personajes que actúan en dos tiempos distintos. En el presente está Juan Preciado, el hilo conductor que nos acerca al contenido de la obra y en el pasado hallamos a su padre Pedro Páramo, un dictador sin escrúpulos que somete al pueblo entero y no duda en cometer todo tipo de tropelías y abusos para mantener y aumentar su autoridad tiránica. Sin embargo los demás personajes de la novela que contribuyen eficazmente a  configurar el resultado final, no resultan menos atractivos, como el caso de Susana San Juan, la única persona a la que ha amado Pedro Páramo o el padre Rentería, acosado por el remordimiento y las dudas sobre su mal proceder en la tarea de salvar ánimas, o Dorotea que sirve de interlocutora de la historia, o doña Eduviges, la primera en recibir al visitante, o Abundio, el pobre campesino que jugará un papel importante en el desenlace final. Todos y cada uno de ellos están perfilados magistralmente por el autor, sin excesos, con precisión y sin que falte nada clave en sus esbozos.
Juan Rulfo además ha logrado captar en tan pocas páginas el ambiente rural y la idiosincrasia de los campesinos de los pueblos. Observamos un trasfondo de crítica social a la tiranía del poder representada por Pedro Páramo pero  también a la religión que se deja avasallar y se amolda a los intereses del poder político y económico.
No falta un sutil sentido del humor que recorre la novela y que se hace evidente por citar un ejemplo, en la cena que ofrece el patrón a los revolucionarios con la intención de conocer sus fines para así manejarlos con sus veladas triquiñuelas y la reacción pueril, a la vez que  orgullosa, de ellos.
Una de las características más originales y llamativas de la obra es la novedosa técnica narrativa que emplea el escritor. La historia está contada en fragmentos aparentemente desordenados, sin un orden cronológico, en distintos tiempos y por distintas voces narrativas. Es como una especie de puzle cuyas piezas se nos van presentando poco a poco y que se irán ensamblando en el conjunto hasta configurar el cuadro final como una obra de arte sin fisuras. En un principio el lector probablemente se sienta perdido y perplejo pero ni siquiera eso  impide que pueda disfrutar de la calidad y calidez de la historia.
El narrador no es el mismo a lo largo de la obra sino que va cambiando y unas veces se nos presentará en primera persona y otras en tercera, a la vez que también se entremezcla el tiempo presente y el pasado, lo mismo que la vida y la muerte, el mundo real y el fantasmal que conviven en armonía, que aparecen en un mismo nivel, siendo la muerte tratada como una continuación natural de la vida.
Otro aspecto que contribuye notablemente a que esta novela sea considerada una obra maestra es la concisión y precisión tanto en el contenido, donde hallamos solo lo esencial, lo fundamental para la comprensión de la obra, sin faltar los silencios premeditados que dejan  abierto el campo de la interpretación, como en el continente donde el autor demuestra un manejo eficaz de la elipsis y sobre todo un dominio preciso de la riqueza del lenguaje,  consiguiendo un estilo poético digno de admiración.
Pedro Páramo me ha sorprendido muy agradablemente, me ha parecido una joya de la literatura en lengua española  por su originalidad, por su amenidad, por su precisión y sobre todo por su belleza poética. Es uno de los mejores libros que he leído por lo que pasará a formar parte de mi lista de  favoritos.