Título: YO, VIEJA
Autor: Anna Freixas
Editorial: Capitán Swing
Fecha: 2021
Páginas: 182
ISBN: 978-84-123902-9-2
Con prólogo de Manuela Carmena.
Este interesante ensayo reivindica la dignidad y el reconocimiento hacia las mujeres en la vejez. La vejez como una etapa de la vida, con sus pros y sus contras pero vida, al fin y al cabo. Aún no se ha acabado todo y es necesario hacer visibles a las siempre olvidadas mujeres sobre todo en la última fase de la existencia.
Es un libro que contiene ideas nuevas, valientes y creativas, que nos ofrece la posibilidad de reflexionar sobre asuntos que deben salir a la luz. Es un canto a la libertad y a los derechos de las mujeres viejas.
Dejo por aquí algunos fragmentos del contenido:
Queremos ser viejas, sin necesidad de aparentar otra cosa. Ser viejas y parecerlo (página 148)
Nota personal: Cuando contratamos a Claudia para que nos ayudara a cuidar a mi madre (a la que dicho sea de paso, estoy profundamente agradecida) vi que se dirigía a ella llamándola “abuela”, con cariño, sí, pero a mí me resultaba doloroso porque mi madre era abuela solo de sus nietas y sobre todo era un ser único con nombre e identidad propia. Me salió del alma pedirle a la cuidadora que por favor llamara a mi madre solo por su nombre, algo que por supuesto ella aceptó y respetó siempre.
Al leer el libro he comprobado que Anna Freixas en la página 142 corrobora lo que para mí fue algo intuitivo y lo expresa con estas palabras:
Hartas, hartas, también de que nos llamen abuela. En nuestra sociedad a las personas mayores se las nombra con la palabra abuelos, tengan o no nietas. Este término que algunas usuarias defienden como una forma de cariño, es rechazada por una gran cantidad de personas y criticada con argumentos potentes. No somos abuelas más que de nuestra prole, en caso de que lo seamos, por cierto. ¿Acaso llamamos madre a cualquier mujer después de los treinta años? La utilización de la palabra abuela es otra de las muestras fehacientes de la colectivización de que somos víctimas […] Es una forma de homogenización de las vejeces, todas abuelas y así ni siquiera hay que aprenderse el nombre […] todas igual de insignificantes.
También en la página 149 expone al respecto:
Tenemos nombre y apellido. Queremos ser nombradas por ellos: nadie se dirigirá a nosotras utilizando la palabra abuela.
Y un poco más adelante, en la página 149:
Somos seres individuales, no una colectividad de miembros intercambiables. Tenemos enormes diferencias entre unas y otras. Queremos que se conozcan y se reconozcan nuestras necesidades y características particulares para que se nos proporcione un trato acorde con ellas en todos los ámbitos de la existencia.
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