El
corazón de las tinieblas es la historia de un sorprendente viaje a
lo más profundo y salvaje de la selva africana, a la vez que representa un
intento de acercamiento al alma humana y a su capacidad de adaptación a la
barbarie. La historia se nos presenta a
través de dos voces intermedias entre el autor y los lectores, un narrador anónimo y Marlow,
el primero nos cuenta lo que él escuchó
por boca del segundo, un marino curtido por la experiencia que habla como
personaje central de la aventura
africana.
Joseph Conrad declaró que su
objetivo al publicar esta obra era “la
criminalización de la ineficiencia y del puro egoísmo en la obra civilizadora
de África” pero fue mucho más allá pues El
corazón de las tinieblas representa una inmersión en el horror del
colonialismo, la parte más oscura y no
contada por los invasores que expoliaron y explotaron los recursos naturales y
también humanos de la zona, sin ningún tipo de remordimiento.
Conrad se expresa así en cierto
pasaje refiriéndose a los nativos:
Ni siquiera
con el mayor esfuerzo de la imaginación podría llamarse enemigos a aquellos
hombres. Se les llamaba criminales, pero la ley que habían violado, al igual
que los explosivos, había llegado, como un misterio insondable, del otro lado
del mar. Y más adelante No eran
enemigos, ni criminales, no pertenecían ya a esta tierra, no eran más que
negras sombras, víctimas del hambre y la enfermedad.
Me ha parecido una obra
magistral, muy bien escrita y mejor ambientada. El autor consigue una simbiosis
perfecta entre la forma y el contenido. Destacaría su riqueza narrativa a
través de una prosa y un vocabulario preciso y rico, con abundancia de
adjetivos muy descriptivos que consiguen la excelente ambientación de la novela,
el lenguaje contribuye a sumergir al lector en el horror de la oscuridad, de
las tinieblas, de la paciente e
inquietante selva como Conrad la califica
en varias ocasiones. Una muestra de dicha riqueza narrativa:
Remontar
aquel río era como viajar hacia los orígenes del mundo, cuando la vegetación
dominaba la tierra y los grandes árboles eran los reyes. El río desierto, un
gran silencio, la selva impenetrable. El aire era cálido, denso, pesado,
indolente. […] Sin embargo,
aquélla no era una calma pacífica. Era la calma de una fuerza implacable que se
cernía sobre nosotros con indescifrable intención, y nos observaba con aire
vengativo.
No es una novela del gusto de lectores
que buscan sencillez y mera distracción, “lectores juveniles” como los
llama Emili Teixidor en La lectura y la
vida, juveniles en el sentido de lectores poco o nada exigentes que no están
dispuestos a reflexionar demasiado sobre lo leído, que se quedan en la
superficie de una historia simple y vulgar.
Sin embargo estamos ante una
obra muy recomendable para aquellos lectores más exigentes y más experimentados
que saben apreciar la belleza del arte de
la narración, la belleza de las palabras y del lenguaje bien utilizado,
que buscan profundidad, enriquecimiento intelectual y preguntas más que
respuestas en los libros que leen.
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