Autor: Carmen Laforet (1921 – 2004)
Editorial: RBA Editores
Colección: Narrativa actual; 84
Fecha: 1994
Páginas: 287
ISBN 84-473-0083-8
Carmen Laforet (1921 – 2004)
tenía tan solo 23 años cuando ganó la primera edición del premio Nadal en 1944 con
esta su primera novela.
Nada es un
claro ejemplo de la narrativa realista española de posguerra junto con un magnífico
precedente, La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela (1942). Esta
corriente literaria fue el preámbulo del llamado realismo social de la década
de los años 50 del siglo XX, e incluso ha sido calificada como pseudoexistencialismo.
La historia comienza cuando
Andrea, la joven protagonista y narradora omnisciente, llega a Barcelona para
iniciar sus estudios universitarios y se instala en el piso de unos familiares
a los que aun no conoce y con los que se verá obligada a convivir.
En su nueva residencia
descubrirá poco a poco la dureza de la realidad cotidiana en una de las etapas
más tristes y negras de la reciente historia social y política de España. Acaba
de terminar la guerra y nos hallamos en una atmósfera opresiva y miserable
donde campan a sus anchas la desconfianza, el recelo, la envidia y la venganza aunque
tampoco faltan ciertos atisbos de ternura y de
generosidad, reflejada solo en algunos de los personajes como Ena, la
amiga de Andrea o la madre de esta, o incluso en la abuela y su conmovedor
espíritu de sacrificio.
Ya en el primer capítulo se nos
muestra el decepcionante contraste entre el idealismo de la juventud y la mediocridad
de la realidad. Andrea llega a la ciudad
cargada de sueños y esperanza de una vida mejor para toparse irremediablemente con
el mundo deprimente y asfixiante del piso donde conviven su abuela y sus tíos,
una familia que antes fue de clase media pero que ahora malvive en la más
absoluta pobreza. En palabras de la autora:
Mi equipaje era un maletón muy pesado –
porque estaba casi lleno de libros – y lo llevaba yo misma con toda la
fuerza de mi juventud y de mi ansiosa
expectación.
Las paredes tiznadas conservaban la huella
de manos ganchudas, de gritos de desesperanza. Por todas partes los
desconchados abrían sus bocas desdentadas rezumantes de humedad. Sobre el
espejo, porque no cabía en otro sitio, habían colocado un bodegón macabro de
besugos pálidos y cebollas sobre fondo negro. La locura sonreía en los grifos
torcidos”.
En toda aquella escena había algo
angustioso, y en el piso un calor sofocante como si el aire estuviera estancado
y podrido.
Deseaba ansiosamente respirar un soplo de
aire puro.
Sentí que me ahogaba y trepé en peligroso
alpinismo sobre el respaldo de un sillón para abrir una puerta que aparecía
entre cortinas de terciopelo y polvo […] Aquel iluminado palpitar de las
estrellas me trajo en tropel toda mi ilusión a través de Barcelona, hasta el momento
de entrar en este ambiente de gentes y de muebles endiablados.
Y es que en la novela se
respira un ambiente de desolación y angustia, reflejo de la España de posguerra
de pobreza, hambre y estraperlo. Solo cuando Andrea sale a la calle y sobre
todo cuando aparece en escena su querida amiga Ena y sus compañeros de
universidad se puede saborear la libertad y la felicidad.
Los personajes que pueblan la
novela son seres extraños, cargados de secretos inconfesables, con sus miedos,
sus remordimientos y todas sus frustraciones a cuestas después de haber sufrido
una guerra. Son personajes rotos, vacíos, inadaptados y perdidos en medio de la
miseria material y también humana.
Especialmente atractivo me ha
resultado el personaje de la abuela que todo lo ve y todo lo sabe pero que se
afana por dar un tono de normalidad a los hechos, que vive un poco en su mundo, un mundo creado
por ella misma para escapar de la crueldad del día a día. El tío de Andrea, Román,
sin embargo representa la maldad del ser humano, la prepotencia que en él no es
más que una forma de vengar su fracasada existencia. O Juan, el otro tío, que
se siente llevado por la corriente del miedo, la frustración y la desesperanza.
Andrea es la narradora que nos
cuenta los hechos en primera persona de forma totalmente subjetiva. Es a través
de ella como el lector va conociendo a los demás personajes. Ella no describe
la realidad sino lo que siente ante ella, nos muestra la realidad, sí, pero
filtrada a través de sus sentimientos y emociones.
Aparecen temas como la soledad,
la angustia existencial, el miedo, la violencia contra la mujer (perfectamente
ilustrada en la pareja de Juan y Gloria), pero también la amistad, el amor o la
bondad (Ena, Pons, los padres de Ena…)
Predomina en la novela el lenguaje
sencillo, fluido y bello así como un estilo poético enriquecido con ilustrativas
metáforas e imágenes que logran transmitir las sensaciones de la narradora al lector.
Sin duda Nada es una de las grandes obras narrativas que merecen un lugar de
lujo en la historia de la Literatura española.
Lo tengo pendiente de lectura desde hace mil! =)
ResponderEliminarBesotes
Lo mismo me pasaba a mí. Ahora me alegro de haberlo rescatado
ResponderEliminarBss
Estoy de acuerdo contigo Josefina, la abuela es sin duda el personaje mas entrañable y tierno de la historia. No obstante, algunos de los miembros del club comentaron que las críticas que le hacen las hijas al final de la historia, cuando le recriminan el haber mimado a los varones y no haber sabido educarlos, parecen también justificadas. A veces la excesiva bondad en los padres resulta contraproducente.
ResponderEliminarPero quizás, Lope de Sosa, el comportamiento de la abuela con respecto a sus hijos varones sea la consecuencia y no la causa del fracaso de estos.
ResponderEliminarElla misma se defiende alegando que eran ellos precisamente los que más la necesitaban y por eso se volcaba con ellos. Y es que una madre siempre, siempre, estará apoyando a los hijos más desvalidos, a los más débiles, a los que más carencia puedan tener, sea ésta material o emocional.